publicado el 1 de febrero de 2004
Juan Carlos Matilla | Reconozco que nunca he sido un gran admirador de la obra de la cineasta neozelandesa Jane Campion. De todo el conjunto de su obra, sólo hay un filme destacable (aunque sólo nos guste a unos pocos), el magistral Retrato de una dama (The Portrait of a Lady, 1996). El resto de su filmografía me parece que no está a la altura del prestigio internacional que posee la directora (cuestionado por muchos, eso sí). Las primerizas Swetie (1989) y Un ángel en mi mesa (An Angel on my Table, 1990) son francamente irritantes, El piano (The Piano, 1993) era un filme de qualité tan esteticista como vacío y lo de Holy Smoke (1999) no tenía perdón de Dios. Ante tal panorama de despropósitos no se podía esperar gran cosa de En carne viva (In the Cut, 2003), y en efecto, su última obra no va a rescatar a la Campion de la lista de autores sospechosos de dar gato por liebre.
En carne viva se nos presenta como un thriller erótico, narrado desde el punto de vista femenino, que pretende distanciarse de otros productos similares al dedicarle una mayor atención a los conflictos internos de los personajes y no tanto al desarrollo de la intriga detectivesca. Esta premisa, del todo respetable, acaba perjudicando al filme ya que transforma el relato en un galimatías, con numerosos y molestos cambios de tono debidos, a mi entender, al profundo desprecio que parece sentir la autora por el género de misterio. Habría que recordarle a la señora Campion que para trascender un género, primero hay que quererlo y respetarlo y, a partir de ahí, jugar con sus convenciones y reglas para ofrecer una mirada personal y, lo más importante, interesante.
Pero lo peor de la película no es su tono discursivo y anoréxico, ni siquiera su trasfondo de psicología barata sacada de algún libro de autoayuda, sino su exasperante puesta en escena: atropellada, feísta y carente de ideas destacables. Los únicos aspectos positivos son el trabajo de los actores (sensacional Meg Ryan, en el mejor papel de su vida, y excelente Mark Ruffalo, que muestra una presencia física desbordante) y la escenas de sexo explícito (que son menos de las que se podía esperar). En definitiva, un filme soso, aburrido y pedante que podría haber dado más de si hubiera sido filmado por directores como Brian De Palma o Paul Verhoeven, quienes ya han demostrado en otras ocasiones su valía en este subgénero del thriller (allí están como prueba las seminales Vestida para matar o Instinto básico). No pierda el tiempo.