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publicado el 6 de noviembre de 2007

La sombra de la tradición

Nuevo síntoma de la fiebre actual por el remake que sufre la industria estadounidense, ‘La huella’ (‘Sleuth’, 2007) supone un nuevo paso en la carrera del realizador británico Kenneth Branagh para alzarse con el título de adaptador oficial del cine actual. Tras William Shakespeare, Mary Shelley y W. A. Mozart, ahora el autor de ‘Los amigos de Peter’ se enfrenta a una obra de teatro de Anthony Shaffer que ya fue origen de una obra maestra del cine de intriga, la versión que Joseph L. Mankiewicz rodó en 1972. Ambición no le falta a Branagh, desde luego.

Juan Carlos Matilla | La trayectoria como director de Kenneth Branagh siempre se ha movido entre su afán megalomaníaco y sus indudables dotes de adaptador literario y teatral. Además, gran parte de su filmografía atesora una atractiva capacidad para dotar a sus obras de ricos y expresivos detalles de puesta en escena que demuestran su indudable talento para narrar en imágenes y su intención de no dejarse arrastrar por su condición de autor teatral afincado en el mundo del cine. A pesar de todo, el problema de su filmografía radica en que estos valores no siempre son encauzados de la forma más idónea y, en muchas de sus películas, su instinto pantagruélico acaba devorando los bellos detalles narrativos que pueblan sus obras. Así, en su filmografía encontramos películas que saben combinar ambas vertientes de su dramática fílmica (como Hamlet, 1996, o La flauta mágica, 2006, admirables obras donde su instinto operístico enriquece y no entorpece su narrativa) con desastres absolutos (como Henry V, 1989, Morir todavía, 1991, o Frankenstein, 1994, insoportables filmes que desbordan ambición y petulancia, además de un insufrible tratamiento escénico y dramático). Al margen quedarían comedias menores que giran en torno del mundo del teatro y los modos de representación (el tema característico de la narrativa branaghiana) como Los amigos de Peter (1992) y En lo más crudo del crudo invierno (1995), y juguetonas adaptaciones shakesperianas más ligeras que sus obras magnas pero también menos ambiciosas como Mucho ruido y pocas nueces (1993) y Trabajos de amor perdidos (2000).

Con un nuevo guión escrito por el prestigioso escritor británico, Harold Pinter, la nueva versión navega por territorios, en principio, similares a los de la pieza original pero, por desgracia, tanto la equivocada puesta en escena de Branagh como las novedades introducidas por Pinter acaban condenando al filme al más rancio de los resultados.

Ahora, Branagh se atreve con la nueva adaptación de la obra de teatro de Anthony Shaffer, Sleuth, que ya fue llevada a la gran pantalla de forma brillante por Joseph L. Mankiewicz en 1972. Con un nuevo guión escrito por el prestigioso escritor británico, Harold Pinter, la nueva versión navega por territorios, en principio, similares a los de la pieza original pero, por desgracia, tanto la equivocada puesta en escena de Branagh como las novedades introducidas por Pinter acaban condenando al filme al más rancio de los resultados. Plana, afectada y anticlimática, La huella 'versión 2007' es, sin duda, el trabajo más discutible de la carrera del realizador británico y uno de los peores remakes de los últimos años debido a que naufraga en todos los ámbitos: como adaptación de un original previo (porque perjudica su verdadero sentido y no aporta ningún elemento de enjundia), como obra expresiva y rica en el uso del lenguaje fílmico (porque todos los detalles visuales que utiliza sólo insisten en subrayados inútiles) y como ejercicio de estilo (ya que la pretendida intención de los autores de jugar con el espectador y hurtar sus expectativas acaba fracasando debido a la falta de un verdadero sentido de lo claustrofóbico, de un aprovechamiento del huis-clos que tan brillantemente llevó a cabo Mankiewicz en su día).

En el filme original de 1972, Mankiewicz realizó uno de sus más sensacionales e inolvidables trabajos. A través de la mefistofélica relación que se establecía entre los personajes encarnados por Lawrence Olivier y un joven Michael Caine, el realizador estadounidense plasmó de forma sucinta y esencialista algunas de sus principales obsesiones: las atmósferas asfixiantes, los personajes fatalistas, los tiempos suspendidos, la transparencia de estilo, la musicalidad y riqueza de los diálogos y, sobre todo, la reflexión sobre los juegos de representación de la realidad y el distanciamiento irónico, elementos heredados de su pasión por el teatro y necesarios para comprender su cáustica visión de las relaciones humanas. Ante este compendio de motivos narrativos, resulta lógico que Branagh se interesase por el remake de La huella ya que parte de estos preceptos se encuentran en muchas de sus obras: los personajes fatalistas, la influencia del teatro y los juegos de representación. En apariencia, sus mundos eran similares pero, a la hora de la verdad, la actitud barroquizante de Branagh elimina el tono macabro y la jugosa reflexión sobre los límites de la realidad que poseía el original. Y ese barroquismo le lleva a entorpecer el relato mediante la adopción de un inaudito juego de tensión homosexual (tan gratuito como innecesario) y una histriónica plasmación visual y conceptual del enfrentamiento entre los protagonistas, que tendría que haber sido más sugerente y siniestra, y menos explícita y torpemente sádica.

Además, todas estas perversiones del original se llevan a cabo fundamentalmente mediante el uso de una equivocada puesta en escena. Si en el filme de Mankiewicz dominaba la economía narrativa, la elegancia de los encuadres y la sinuosa y astuta elección de los ángulos, en la obra de Branagh son sustituidos por planos cenitales gratuitos, forzados encuadres y continuos subrayados. De hecho, el factor más exasperante del nuevo remake es que todos sus planos están recalcados de forma gratuita sin que nada argumente tal acentuado uso de las formas narrativas: efectos sonoros, planos cortos, reencuadres demasiados explícitos, énfasis en la angulación, montajes efectistas, etc. Todo el esqueleto formal del filme incide en construir un vago y vacuo ejercicio de fotogenia estéril y carente de sentido fílmico y sensibilidad artística.

El factor más exasperante del nuevo remake es que todos sus planos están recalcados de forma gratuita sin que nada argumente tal acentuado uso de las formas narrativas. Todo el esqueleto formal del filme incide en construir un vago y vacuo ejercicio de fotogenia estéril y carente de sentido fílmico y sensibilidad artística.

Por último, me gustaría comentar que, en la versión de 1972, el apasionante juego de acecho y engaño se realizaba mediante el uso de un magnífico diseño escenográfico (una de las características más admirables del cine de Mankiewicz). Laberintos, muñecos, máscaras, vetustas mansiones, espejos y puertas, conformaban un escenario gótico y sugerente que funcionaba casi como un tercer personaje de la trama. De hecho, resultaba lógico que Mankiewicz diera tanta importancia a la escenografía ya que, en última instancia, de lo que trataba La huella era precisamente de cómo una realidad ficticia conformada por un demiurgo era progresivamente relativizada y destruida por la llegada de un elemento externo. Pues bien, incluso en este importantísimo ámbito la elección de Branagh no ha podido ser más desastrosa. No sé qué concepción del neogoticismo tendrá el realizador británico pero como sea la que ha mostrado en su película mejor le irá si abandona la narrativa de suspense y se dedica a géneros más bucólicos. Estilizados y minimalistas diseños de interior, circuitos cerrados de televisión, tecnologías avanzadas y espacios móviles son los elementos escenográficos elegidos por Branagh, cuya tendencia al interiorismo hi-tech transforma el escenario en un sofisticado, aséptico y yerto circo donde nada queda ya de los recónditos espacios del original. En definitiva, un nuevo detalle que atestigua el tremendo error cometido por el director británico en su nuevo filme, una obra más pendiente de alimentar el precipitado ego de su creador que de conformar un título estimable, maduro e inquietante.


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