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publicado el 30 de diciembre de 2007

Pau Roig | Modestia aparte
El 28 de octubre de 2005 se emitía por el canal de televisión por cable estadounidense Showtime "Esculturas humanas”, de Don Coscarelli, el primer episodio de una ambiciosa serie creada por Mick Garris y titulada Masters of horror. La emisión era el pistoletazo de salida a una de las más ambiciosas producciones televisivas de género de los últimos años, enmarcada en la recuperación de algunos de los títulos y, más concretamente, de los autores más destacados del cine de terror de los años setenta y ochenta. Masters of horror puede contemplarse así como el perfecto complemento a la fiebre de remakes de producciones terroríficas que invade actualmente el cine de Hollywood, pero a la vista de las expectivas despertadas –incluyendo en el caso de España la lujosa edición en dvd de la primera temporada de la serie por parte de la distribuidora Manga Films– los resultados finales son como mínimo decepcionantes.

Retorno a los orígenes

En un momento en que la ficción televisiva de factura norteamericana destaca por la mezcla de los géneros más diversos, la acumulación más o menos trepidante de personajes y situaciones y la gran variedad de propuestas / variantes argumentales (incluso dentro de un mismo episodio de una serie cualquiera), la opción escogida por Garris no carece de cierto sentido del riesgo: Masters of horror es una serie de género, de un género muy proclive a sufrir todo tipo de censuras y a suscitar polémicas y controversias, formada además por episodios independientes y sin relación argumental entre sí firmados por cineastas de prestigio y que se inspiran, aunque sólo sea lejanamente, en un modelo televisivo explotado casi medio siglo atrás por series míticas como The twilight zone (1959–1964, 156 episodios) o The outer limits (1963–1965, 49 episodios), entre otras, en una línea diametralmente opuesta a la actual coyuntura televisiva. De hecho, ninguna cadena televisiva participa directamente en la producción de la serie –es un proyecto de IDT Entertainment, Industry Entertainment y Nice Guy Productions, vendido después al canal de televisión por cable Showtime–, un factor que asegura o debería asegurar, como mínimo en un principio, su total independencia respecto al mainstream. No puede decirse lo mismo de algunas series de primera línea que a mediados de la década de los ochenta intentaron recuperar el espíritu de las dos producciones clásicas anteriormente citadas, como Amazing stories (1985–1987, 45 episodios), producida por Steven Spielberg, director de varios episodios, en la que también llegaron a participar Clint Eastwood, Martin Scorsese, Robert Zemeckis y los mismos Joe Dante, Tobe Hooper y Mick Garris, o The twilight zone (1985–1989, 110 episodios), con capítulos firmados por Wes Craven, Tommy Lee Wallace, Peter Medak, Paul Lynch, Bradford May y Joe Dante, entre muchos otros directores. Ambos intentos se saldaron con un éxito más bien relativo, quizá por la heterogénea y en muchos casos excesivamente amable mezcla de temas y motivos propios del cine y la literatura fantástico-maravillosa, que no estrictamente terrorífica, pensada principalmente para el consumo familiar. Mucho más incorrectas políticamente, pese a su exagerada comercialidad, resultaron Freddy’s nightmares (1988–1990, 45 episodios), de la que Tobe Hooper firmó el (mediocre) episodio piloto, Tales from the crypt (1989–1996, 93 episodios), auspiciada por los temibles Joe Silver y Robert Zemeckis y basada en los cómics homónimos publicados por la editorial norteamericana E.C., con capítulos dirigidos por el propio Zemeckis, Richard Donner, Tom Holland, Mary Lambert, Russell Mulcahy, Stephen Hopkins e incluso por actores como Michael J. Fox o Tom Hanks, o The outer limits (1995–2002, 154 episodios), remake un tanto descafeinado de la serie homónima de los años sesenta [1].

Entre todas estas y muchas otras series de carácter más o menos sobrenatural y Masters of horror median casi diez años, un reflejo más o menos fiel de los notables cambios experimentados por la televisión estadounidense, representados, entre dos producciones televisivas elegidas al azar pero suficientemente representativas, por The X files (1993–2002, 202 episodios), perfecto ejemplo de la hibridación genérica a la qué hacíamos referencia al principio con su mezcla trepidante de terror, ciencia ficción, intriga, investigaciones policiales, espionaje y paranoias conspiratorias gubernamentales, y cómo no, por Buffy, the vampire slayer (1997–2003, 144 episodios), perfecta representación del desgraciado boom experimentado a finales de la década de los noventa por el llamado cine de terror adolescente, marcado en buena medida por su condición autoreferencial, en muchas ocasiones cercano a la parodia (in)voluntaria, y por su mezcla banalizada y políticamente correcta de elementos y temas terroríficos y sobrenaturales ideal para el consumo de todos los públicos. Masters of horror supondría teóricamente un retorno a la pureza original –por llamarla de alguna manera– de la ficción terrorífica televisiva, una especie de puesta al día de toda la potencial carga metafórica y subversiva del género, aunque no es menos cierto que su aparición va estrechamente ligada al nacimiento y consolidación, en los últimos años, de numerosos canales temáticos más o menos especializados en el terror, la intriga y la ciencia ficción, como Calle 13, Showtime Extreme o Sci-Fi Channel.

Rindiendo cuentas con el pasado

En vista como mínimo de la primera temporada, Mick Garris y compañía parecen que han querido más rendir cuentas con una industria (la cinematográfica) que no les ha tratado demasiado bien que no homenajear a un género concreto y una determinada manera de abordarlo. El propio título de la serie ("Maestros del horror") puede y seguramente debería contemplarse como un rabioso acto de reafirmación e incluso de pasión hacia el cine de terror, aunque para quien esto suscribe es mucho más una estrategia comercial o, incluso, una muestra de orgullo mal entendido y de egoísmo, que no un canal para dar a conocer la obra de muchos cultivadores del género un tanto olvidados o desconocidos para los nuevos aficionados al género. Por diversos motivos. El principal, la sensación de que Mick Garris ha construido un vehículo mucho menos honesto de lo que parece para disfrute de él y de sus amigos –principalmente de la reputada empresa de efectos especiales KNB–, desaprovechando una irrepetible oportunidad: a excepción de John Carpenter y Dario Argento (aunque sólo sea en recuerdo de sus realizaciones de hasta principios de la década de los ochenta), ningún otro de los directores seleccionados debería ser considerado un verdadero cultivador del cine de terror.

Las filmografías de la mayoría de los realizadores de Masters of horror no se articulan a partir del género, y cuando lo hacen –caso de la mediocre filmografía del propio Garris, que se ha desarrollado en su mayor parte en la televisión, y también de toda la última etapa de la carrera de Tobe Hooper– revelan una concepción del terror anclada en los años ochenta y mucho más efectista que efectiva. Stuart Gordon, por ejemplo, ha obtenido mucho mejores resultados artísticos cuando se ha alejado del género en el qué debutó con Re-Animator (Id., 1985), al mismo tiempo que su obsesión por llevar a la pantalla la obra de Lovecraft no ha hecho más que traer disgusto tras disgusto incluso al aficionado más curtido; Joe Dante y John Landis malviven en la actualidad del recuerdo de los grandes éxitos de principios de su carrera –Aullidos (The howling, 1980) y Gremlins (Id., 1984) en el caso del primero, Un hombre lobo americano en Londres (An american werewolf in London, 1981) en el caso del segundo–; Don Coscarelli hasta hace poco se limitaba a explotar (y mal) el filón abierto con Phantasma (Phantasm, 1978), igual que Larry Cohen hace años que abandonó ya no sólo el cultivo del cine de terror –las delirantes Estoy vivo (It’s alive, 1974) y La serpiente voladora (Q, the winged serpent, 1982)– sino también su faceta de realizador. En resumidas cuentas, las obras terroríficas decisivas de la práctica totalidad de los directores de la primera temporada de la serie vieron la luz veinte años atrás, y su posterior contribución al género ha sido o nula u insignificante, pero más por su propia inoperancia y falta de sentido del riesgo que no por las presiones de una industria, eso sí, cada vez más infantilizada y banalizada. El caso de John Carpenter es, en este sentido, el más representativo de todos: su contribución a Masters of horror supone su primera realización en prácticamente cinco años tras el fracaso artístico y comercial de Fantasmas de Marte (John Carpenter’s Ghosts of Mars, 2001), un caso muy parecido al de otro “maestro del horror”, George A. Romero –director inicialmente previsto del episodio "El cuento de Haeckel"–, quién realizó la espléndida La tierra de los muertos vivientes (Land of the living dead, 2005) tras casi una década de ostracismo e inactividad.

De una manera bien podría decirse que tendenciosa, además, cineastas mucho más interesantes e influyentes, caso de David Cronenberg, Tim Burton e incluso de Brian de Palma, o mucho más conocidos –Wes Craven– no participan en la primera temporada de la serie, tampoco en la segunda, en la que se incorporan Tom Holland, responsable de Noche de miedo (Fright night, 1985) y Muñeco diabólico (Child's play, 1988), Ernest Dickerson, firmante por ejemplo de El caballero del diablo (Tales from the crypt presents Demon Knight, 1992), Peter Medak –Al final de la escalera (The changeling, 1980)–, Rod Schmidt –Km. 666 (Wrong turn, 2003)–, el japonés Norio Tsuruta –Ringu 0 (2000), Premonition (Id., 2005)– o el mucho más interesante Brad Anderson, autor de filmes como Session 9 (Id., 2001) o El maquinista (2004) [2].

Intentando aportar un cierto toque de calidad a la propuesta Garris ha optado, en todo caso, por ofrecer la dirección de algunos episodios a jóvenes promesas –Lucky McKee, cuya segunda película como director no llega a la suela de los zapatos de su contundente ópera prima May (Id., 2001), aunque también podría haber recurrido a Eli Roth, Alexandre Aja y, por qué no, a Jaume Balagueró–, a directores muy irregulares pero indudablemente de culto –John McNaughton y Takashi Miike, cuya contribución a la serie fue censurada y sólo ha podido verse gracias a la edición en dvd– e incluso a mediocres artesanos de la serie B sin otra relación con el género que la puramente comercial, como William Malone. A la espera de la prevista producción de la tercera temporada, lo mismo puede decirse de las historias y los guiones escogidos para los primeros trece episodios, exceptuando el caso de H. P. Lovecraft muy poco o nada representativos de la historia del género, con un tratamiento que en su mayor parte nada o casi nada tiene que ver con su espíritu y objetivos originales: Stephen King, de quién Mick Garris es uno de sus principales y más mediocres adaptadores no aparece por ningún lado, y eso por citar sólo a uno de los nombres menos interesantes pero más representativos y/o exitosos de los últimos años dentro del género.

Una factura homogénea

Los trece episodios (doce si descontamos el capítulo censurado de Miike) que conforman la primera temporada de Masters of horror mantienen una notable homogeneidad entre ellos, un hecho atribuible en buena medida al concurso de un compacto –y reducido– equipo técnico entre el que destacan, por encima de todo, los técnicos de efectos especiales y de maquillaje Greg Nicotero y Howard Berger y el diseñador de efectos visuales Lee Wilson, al mismo tiempo que muchos de los restantes responsables técnicos participan en más de un episodio –caso del diseñador de producción David Fischer, los directores de fotografía Jon Joffin y Attila Szalay y los montadores Marshall Harvey y Andrew Cohen, por ejemplo–. Esta homogeneidad, sin embargo, lejos de otorgar al conjunto un determinado look compacto y bien definido, actúa en contra de la propia especificidad de cada una de las historias planteadas en los distintos episodios, como si los directores, a excepción quizá de John Carpenter y Takashi Miike, para bien, y de Stuart Gordon, para mal, hubieran renunciado deliberadamente a su estilo: una de las principales y más sorprendentes características de Masters of horror, así, reside en el hecho que no se aprecia una relación estrecha o más o menos directa entre los cineastas y las distintas historias, un hecho aún más desconcertante si tenemos en cuenta que los realizadores, según palabras del propio Garris, podían escoger entre diversos guiones y desechar las historias que no les interesaban. La impresión global, no obstante, es prácticamente la contraria: parece incluso que los directores se podrían haber intercambiado la mayoría de episodios sin más problemas (el capítulo de Miike, rodado en Japón con técnicos y actores japoneses, es una historia aparte).

Otro tema, sensiblemente distinto, son las ganas y la motivación con qué los autodenominados "maestros del horror" han afrontado la realización de cada capítulo concreto. Más allá de lo ajustado de su presupuesto, la mayoría de los episodios lucen invariablemente planos y desangelados, muy poco o nada cinematográficos, para entendernos, como si sus máximos responsables en ningún momento se hubieran atrevido a ir un poco, ni un poquito más allá de lo mínimo que se esperaba de ellos. Los inevitables guiños al aficionado del género, además, se reducen a pequeños detalles que no aportan absolutamente nada al conjunto de la producción, tales como la presencia de Angus Scrimm –protagonista indiscutible de toda la serie Phantasma– en el episodio de Coscarelli, el protagonismo de Michael Moriarty en el capítulo dirigido por Larry Cohen, o las bandas sonoras de Richard Band y Claudio Simonetti para los episodios de Stuart Gordon y Dario Argento, respectivamente. Entre las historias adaptadas predomina casi exclusivamente el terror sobrenatural, algunas veces más cerca de la estructura y el desarrollo del psycho-thriller (“Esculturas humanas”, “Trayecto al infierno”), otras veces en un contexto de ciencia ficción más o menos apocalíptica (“El baile de los muertos”, penosa puesta al día de un relato de Richard Matheson), en algunos casos con elevadas dosis de truculenta violencia (“Jenifer”, adaptación de la mítica historieta homónima de Bruce Jones y Bernie Wrightson, “La huella”, sobre una historia de Daisuke Tengan), pero por desgracia predomina un tono general de (auto)ironía que actúa en contra de la consecución de la imprescindible atmósfera inquietante, especialmente evidente en los episodios de Mick Garris (“Sensaciones extremas”, basada en un relato corto del mismo director pero que adopta absurdamente una estructura casi de thriller policial), John Landis (“Salvaje instinto animal”, escrito por el propio director y su hijo Max) y por desgracia también en el de McNaughton (“El cuento de Haeckel”), con un desarrollo grotesco que llega incluso a traicionar el espíritu del siniestro relato de Clive Barker en qué se basa. Incluso en el episodio más evidentemente político de la serie (“El ejército de los muertos”, adaptación de un relato de Dale Bailey que especula con la posibilidad de que los soldados muertos en la guerra de Irak volvieran de sus tumbas sólo para votar y echar así del poder a la administración de George Bush), el tono jocoso y autoreferencial con qué está tratada la historia diluye su potencial carga subversiva a la simple condición de chiste gracioso, pero un chiste al fin y al cabo. Lo mismo puede decirse del episodio de Lucky McKee (“Metamorfosis”), una nueva vuelta de tuerca a la visión desestructurada del universo femenino que ha caracterizado hasta ahora la obra del joven cineasta que no pasa de ser una broma de mal gusto.

Los dos capítulos más interesantes y quizá también más abiertamente terroríficos (“El fin del mundo en 35mm.” de John Carpenter, sobre un libreto original de Drew McWeeny y Scott Swan y “En el sótano” de William Malone, con guión de Matt Greenberg) tampoco acaban de conseguir el nivel de intensidad deseado: el primero por la irresoluble contradicción que se establece entre el enorme poder de sugestión de su trama y un tratamiento nada ambiguo que prima la mostración por encima de la insinuación, el segundo por el impersonal y nada atmósferico trabajo de puesta en escena de su director. Todo ello debe contemplarse, en resumidas cuentas, como el reflejo, bastante contundente, de la falta de objetivos claros, o de intenciones verdaderas, de una serie que podía haber sido un brillante ejercicio de terror y misterio que no ha sabido ir más allá de un simple y desangelado entretenimiento.

Episodios de la primera temporada

(la lista completa se publicará en numeros sucesivos de Judex)


  1. Esculturas humanas

  2. Tras las paredes

  3. El baile de los muertos


  • [1]. Tanto Amazing stories como Freddy’s nightmares conocieron una destacada –pero del todo incompleta– edición videográfica en nuestro país, la primera con el título de Cuentos asombrosos y la segunda como Las pesadillas de Freddy. Algunas temporadas de la práctica totalidad de las otras series citadas se han podido ver en España en determinados canales autonómicos y nacionales; la cadena Cuatro, sin ir más lejos, ha emitido a altas horas de la madrugada la primera temporada de Masters of terror con el título de Maestros del horror.

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  • [2]. En la segunda temporada de Masters of horror repiten Tobe Hooper (“The damned thing”, sobre un relato de Ambrose Bierce), John Landis (“Family”), John Carpenter (“Pro-life”), Dario Argento (“Pelts”, basado en un relato de F. Paul Wilson), Joe Dante (“The screwfly solution”), Mick Garris (“Valerie on the stars”, a partir de un relato de Clive Barker) y Stuart Gordon (“The black cat”, adaptación del conocido cuento homónimo de Edgar Allan Poe).

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