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publicado el 5 de julio de 2005

El origen del mito

Juan Carlos Matilla | Tras múltiples cambios en su proceso de producción, parecía que la nueva entrega de la saga de Batman nunca llegaría a concretarse. Después de haberse barajado los nombres de directores como Wolfgang Petersen o Darren Aronofsky, finalmente la Warner encargó el proyecto al realizador de Memento, Christopher Nolan, una apuesta que en principio parecía del todo acertada ya que el cineasta había demostrado en sus filmes anteriores ser un agudo explorador de los recovecos de la voluntad e identidad humanas. Aunque se habían debatido distintos nombres y diversas líneas narrativas, finalmente se decidió que la producción de Batman Begins (2005) sería protagonizada por Christian Bale y se ceñiría a explicar los orígenes del personaje del hombre murciélago y sus turbios anhelos.

Consciente de que la saga había llegado a un callejón sin salida tras los desvaríos estéticos de los filmes de Joel Schumacher, Nolan ha sabido dotar al filme de la atmósfera lúgubre y tenebrista que necesita el personaje (a pesar de su vocación de icono pop) por lo que se recupera en parte la tradición goticista de los dos filmes iniciales de la franquicia, filmados por Tim Burton. Además, por primera vez la narración se traslada fuera de Gotham y busca nuevos escenarios que otorguen una nueva dimensión a un relato que siempre se había movido por parajes con una excesiva carga simbólica y mitológica.

Batman Begins sufre, por desgracia, todos los síntomas de un verdadero mal endémico del cine comercial estadounidense: el abuso de una serie de efectos grandilocuentes y de una puesta en escena monótona y ramplona, carente de atractivo y de algún tipo de sello personal.

Pero, a pesar de estos evidentes atractivos, Batman Begins sufre, por desgracia, todos los síntomas de un verdadero mal endémico del cine comercial estadounidense: el abuso de una serie de efectos grandilocuentes y de una puesta en escena monótona y ramplona, carente de atractivo y de algún tipo de sello personal. Así, al igual que la mayor parte de blockbusters actuales, Batman Begins ofrece toda una batería de motivos narrativos tan habituales como deleznables: la sobreabundancia de planos de cobertura, los continuos subrayados, los estridentes efectos de sonido, el ritmo crispado y sincopado, el montaje en corto y la multiplicación de planos por segundo, todos ellos elementos de puesta en escena que malogran los resultados artísticos del filme de Nolan.

De hecho, Batman Begins fracasa donde se suponía que tenía que brillar: en su puesta en escena, ya que el director que debía llevarla a cabo ya había demostrado en su filme anterior (el magistral Insomnio), que podía sumar su personal estilo a las imposiciones de la gran industria. Si en aquel filme, Nolan sabía utilizar con acierto los recursos narrativos para explorar el proceso de destrucción de identidad del protagonista (un firme Al Pacino), en Batman Begins ha claudicado por completo y sólo en algunos breves pasajes podemos observar algún hallazgo visual reseñable (sobre todo en aquellas secuencias de índole más intimista y subterránea, como por ejemplo, el brillante momento ambientado en la cueva en el que Bruce Wayne toma conciencia de su nueva condición de hombre murciélago).

Por suerte, el filme sortea el fracaso absoluto gracias a una serie de aspectos positivos como son el estupendo reparto (excelentes Christian Bale, Morgan Freeman, Rutger Hauer, Tom Willkinson, Gary Oldman, Cillian Murphy y, sobre todo, Michael Caine), los adecuados perfiles psicológicos de la mayor parte de personajes, el atractivo diseño de producción (más realista y sórdido que los estilizados sets de los filmes de Burton y Schumacher), la apuesta por explorar los conflictos de los personajes en lugar de limitarse a ilustrar sus circunstancias (algo de agradecer en el discursivo cine de hoy en día) y, por último, la ausencia total de infantilismo. Por desgracia, ninguno de estos elementos logra solventar la mediocridad de un filme fallido cuyas buenas intenciones empalidecen ante la insuficiencia de sus resultados artísticos.


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