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publicado el 26 de noviembre de 2008

Lo mejor es el mañana

Lluís Rueda | Tras la estimulante, sorprendente y muy acertada Casino Royale (2006), éramos muchos los que pensábamos que se la saga cinematográfica del agente británico 007 había renovado razonablemente su gancho para un target muy determinado de espectadores que, como poco, espera siempre algo a la altura del espectacular thriller de acción El ultimátum de Bourne -acaso el filme de espías más atinado del siglo XXI -, a la sazón un delicatessen arrollador. Esta segunda parte de la saga inspirada en el personaje literario creado por Ian Fleming, Quantum of Solace, dirigida por el ecléctico Marc Forster (Monster Ball, Fiding Neverland), resulta un filme inferior a Casino Royale a causa de su dispersión argumental, le excesiva acumulación de persecuciones (tierra-mar-aire) y unas 'partenaires' femeninas que no están la altura de la maravillosa Vesper Lyn interpretada por la no menos maravillosa Eva Green.

Esclarecido el magma de un thriller que está obligado a superarse a cada entrega en lo visual y en su frenético desarrollo, debemos ser lo suficientemente avispados como para interesarnos por la evolución espiritual de un agente secreto en pleno proceso de deshumanización, casi un ‘caballero oscuro’ que declina todo sesgo de humanidad y se entrega al deber como un auténtico psicópata. El James Bond de Daniel Craig es sencillamente el mejor de la saga, el más complejo, arrogante, brutal y atractivo: casi un chulo de gimnasio que se partiría la cara por un improperio cazado al vuelo.

Si el personaje y sus circunstancias están pristinamente boceteados en el guión -tour de force- de Paul Haggis, hemos de decir a las claras que la realización de Marc Forster luce cuando se aleja de la grandilocuencia de la artillería pesada y busca la poesía decadente que desprende el personaje: un tipo que ni se inmuta ante el asesinato de una amante femenina y es capaz de tirar a la basura el cadáver de su amigo Mathis (un espléndido Giancarlo Giannini). Más allá de la impostura de este Bond expeditivo y meditabundo –más cercano a un antihéroe de western que a un galán de casino- Marc Forster sabe componer entre actos algunas secuencias muy estimulantes y alejadas de los estereotipos al uso, en mi opinión es más que interesante aquella secuencia en la Ópera de una ciudad austriaca, donde la operística –valga la redundancia- del más sofisticado Brian DePalma nos viene a la retina, una pieza bien alambicada en que la metaficción se instaura en el discurso fílmico y nos reafirma que Quantum of solace es un melodrama astracanado, excesivo y autocomplaciente. El tandem Haggis-Forster también se concede homenajes diluidos, ¿guiños casuales?, de mérito. Especialmente atractiva, en ese sentido, es la lucha entre Bond y un doble agente, ambos colgados de las cuerdas de un andamiaje, una escena que recuerda de manera substancial a otra muy sugerente del clásico de 1955 Las aventuras de Quintin Durward de Richard Thorpe.

Son elementos aleatorios que reactivan una función cuyo encaje y desarrollo se antoja precipitado, en ocasiones torpón y sembrado de detalles anticlimáticos. A destacar entre esos ítems positivos que hacen que el filme avance a trompicones y en ocasiones renazca la presencia de uno de esos villanos con esencia que de tanto en tanto nos regala el cine de entretenimiento, me refiero al Dominic Greene interpretado por el excelente actor Mathieu Amalric; en la línea de los depredadores eslavos que tanto rédito han dado al séptimo arte desde que el malvado Conde Zaroff fuera engullido por sus propios mastines.

Como poco, esta nueva etapa Bond, y eso es meritorio, ha sabido incorporar los elementos de un serial al modo de una trilogía al uso –volvemos a Bourne-, de modo que la trama queda abierta a unos tantos títulos más si fuere necesario. El conflicto interior del agente va de la mano de la lucha a ciegas contra una conspiración mundial de tintes a lo Sax Rhomer, que apenas si se deja entrever y promete una conclusión en el futuro que esperemos esté a la altura del halo de misterio que desprende. Si bien Daniel Craig también se dejara ver por la excelente Munich como actor de reparto y rudo agente de los servicios secretos israelíes, aquí le toca lidiar con terroristas escurridizos como víboras y claro está que en esta etapa de la ‘novela río’ sigue matando moscas a cañonazos. Quantum of solace es un episodio de transición, un tanto insustancial que reconforta más por lo que deja entrever que por lo que muestra y eso puede ser de cara a la saga algo mucho más inteligente que quemar todos los cartuchos en el segundo asalto. Esperemos que este buen corredor de fondo se introduzca más en la boca del lobo y este nudo se rompa en un clímax a la altura.

En resumen, Quantum of solace es una buena continuación del arco del personaje –magnífico este Bond-, que responde a las expectativas en lo que se refiere a la trama vital y sentimental y resulta más que vacua –de momento- en su conspiranoide trama elemental (central), con prurito antiglobalización incluido...
A modo de conclusión: diría que Bond está más enamorado que nunca de su madre ‘M’, es un niño malcriado, cargado de testosterona y que vislumbra cierto atisbo diabólico en la mirada: si la concreción del tercer filme es algo más ambiciosa este Bond rubio y canalla va a dar mucho de que hablar, ahora cabe esperar que guionistas, productores y realizador escogido sepan mover las piezas con arrojo.


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