boto

la dvdteca del profesor legendre

publicado el 11 de enero de 2009

3. Largas cabelleras negras de oriente

La proliferación de pequeñas nuevas distribuidoras independientes de dvd y la imposibilidad actual de controlar / detener las descargas (a)legales de películas por Internet ha provocado, como no podía ser de otra manera, un radical descenso de la calidad y el interés de las propuestas terroríficas de procedencia asiática que llegan a nuestro país. Si bien por fin hemos podido disfrutar de la edición en nuestro país de tres, sólo tres películas del maestro Kiyoshi Kurosawa, no es menos cierto que el mercado dvdgráfico empieza a estar inundado de producciones japonesas y coreanas cada vez más cercanas a la serie Z compradas a precio de saldo en cualquier mercadillo. Aunque parezca mentira, títulos como Infection (Kansen, Masayuki Ochiai, 2004), Premonition (Yogen, Norio Tsuruta, 2005), Ghost train (Otoshimono, Takeshi Furusawa, 2006), Red eye (El tren del horror) (Redeu-ai, Dong bin-Kim, 2005), Tokyo psycho (Tokio densetsu: ugomeku machi no kyoki, 2004) y Apartamento 1303 (Apartment 1303, 2007), dirigidos por Aitaru Oikawa, parece que son más rentables que cualquier producción de serie A o de cierto prestigio.

Taka Ichise y el “J-Horror Theater”
Apenas superado el largo, demasiado largo boom de The ring (La señal) (Ringu, Hideo Nakata, 1998), con la consiguiente e insufrible oleada de remakes norteamericanos de películas orientales del género –la última: Reflejos (Mirrors, Alexandre Aja, 2008)–, el cine de terror asiático hace ya tiempo que empieza a dar muestras contundentes de cansancio y agotamiento; según cuenta el Profesor en alguna de sus clases magistrales, está a un paso de convertirse en una torpe y mecánica sucesión de clichés que giran en mayor o menor medida alrededor de uno o más fantasmas vengativos armados con una larga cabellera negra. Lo más curioso de ello es que buena parte de la culpa de esta banalización es de Takashige Ichise (nacido en 1961), desde el citado filme de Nakata el principal impulsor / valedor del terror del país del sol naciente: ha producido las tres entregas de The ring (La señal), las tres de La maldición (Ju-on, Takashi Shimizu, 2003) más sus versiones norteamericanas y también el que probablemente sea el mejor filme japonés de fantasmas contemporáneo, Dark water(Honogurai mizu no soko kara, Hideo Nakata, 2001), entre muchos otros títulos. En el 2004, con el ojo puesto más en el mercado internacional que en el de su propio país, Ichise puso en marcha la producción de una serie de títulos de modesto presupuesto englobados bajo el título de “J-Horror Theater”, una denominación o marca de fábrica compuesta hasta la fecha seis películas. Infection y Premonition son las dos primeras, aunque las siguientes son más difíciles de precisar; entre ellas, Seres extraños (Marebito, Takashi Shimizu), Tsuki neko ni mitsu no tama (Hiroyuki Minato), Unmei ningen (Yoichi Nishiyama), producidas en el 2004, y Sodom, el asesino (Hiroshi Takahashi, 2005). Ichise ha producido también Reincarnation (Rinne, Takashi Shimizu, 2005), Retribution (Sakebi, Kiyoshi Kurosawa, 2006) y Kaidan (Hideo Nakata, 2007).

El Profesor ya lo avisó en su momento pero no le hicimos mucho caso: el remake norteamericano de Shutter (Id., Banjong Pisanthanakun y Parkpoom Wongpoom, 2004), producido en el 2008 y estrenado entre nosotros con el epatante título de Retratos del más allá nos abrió definitivamente los ojos: Masayuki Ochiai (junto con Aitaru Oikawa, como veremos) tiene desde ya mismo el dudoso honor de ser uno de los peores director nipón consagrado casi por entero al cine de terror. Autor en solitario del guión, si es que puede llamarse así, Ochiai propone en Infection un cóctel surrealista de puro absurdo que en el que los médicos y las enfermeras de guardia de un hospital –todos responsables, directamente o no, de la muerte por negligencia de un paciente– son víctimas de terribles pesadillas y alucinaciones, muriendo rápidamente de la manera más brutal y grotesca imaginable. La trama quizá podía haber dado pie a un angustiante retrato de la locura colectiva en una situación límite (los trabajadores del hospital tienen diez veces más trabajo del que pueden realizar y llevan demasiadas horas sin dormir ni descansar), pero la torpeza manifiesta del conjunto y la obsesión de Ochiai por el efectismo (la profusión de ángulos de cámara distorsionados, la aparición y desaparición de cadáveres y enfermos, el recurso constante a efectos especiales de una truculencia considerable) convierte los resultados finales en una interminable y aburrida ruleta rusa del terror en la que cualquier cosa es posible y en la que los personajes son pobres títeres que deambulan histéricos de habitación en habitación mientras a su alrededor se acumulan los muertos y los fenómenos sobrenaturales más impensables.

Bastante menos bochornosa y truculenta, aunque casi igual de delirante y arbitraria, resulta Premonition, el primer título del especialista Norio Tsuruta que se edita en España, aunque es uno de los más mecánicos y torpes de una filmografía que cuenta con obras mucho más interesantes –e inquietantes– como Ringu O: Baasudei (2000), precuela muy reivindicada por el Profesor del filme fundacional de Nakata, o la curiosa Kakashi (2001). A diferencia de Infection, la película se basa en un texto preexistente, un manga de idéntico título de Jiro Tsunoda que guarda ciertos puntos de contacto con la trama de Destino final (Final destination, James Wong, 1999): la película especula con la existencia de un periódico maldito que anuncia terribles desgracias (básicamente muertes violentas y accidentes) antes de que éstas hayan tenido lugar. Sin embargo, la trama pronto se reduce a los desesperados intentos del atormentado protagonista (un Hiroshi Sunaga totalmente pasado de vueltas) para conseguir cambiar el pasado –o el futuro, según se mire–, aunque tenga que entregar su vida a cambio de la de su hija, fallecida, o no, en un desgraciado accidente de coche. Más allá de unos (pocos) hallazgos de puesta en escena, la película carece casi por completo de momentos verdaderamente inquietantes (no así de efectismos y recursos que buscan el susto fácil sin justificación narrativa ni dramática de ninguna clase) y acaba por situarse más cerca incluso del drama familiar con toques sobrenaturales que del cine de terror propiamente dicho. No resulta nada extraño, por ello, que la historia sirviera de base para un pseudo-remake norteamericano al servicio de Sandra Bullock del que el Profesor ni siquiera quiere acordarse.

Trenes fantasmas

Dejando de lado la torpe pero divertida El tren del terror (Terror train, Roger Spottiswoode, 1979) y algún otro ejemplo (siempre, incluso al Profesor, se le escapa alguno), los trenes no han sido casi nunca un buen escenario para un filme de terror: quien crea lo contrario, probablemente es porque no ha visto Ghost train y Red eye (El tren del horror). Ambas producciones, rayanas en la serie Z, comparten entre otras poco distinguidas características un carácter descaradamente imitativo y hasta occidentalizante del género, una atmósfera desangelada y nada inquietante y un desarrollo entre atropellado y confuso, delirante en el peor sentido del término. La primera, de producción japonesa y dirigida por el casi debutante Takeshi Furusawa, propone en primera instancia una historia de venganza sobrenatural que presenta algunas ideas interesantes (el detonante de la acción es un pase ferroviario de una mujer fallecida que provoca la muerte de aquellos que lo recogen del suelo de la estación y no lo devuelven a la oficina de objetos perdidos; más adelante se le suma una pulsera igualmente maldita). Tras los primeros diez minutos, sin embargo, la trama se enreda en sí misma con diversas historias paralelas que no aportan nada al conjunto (el personaje del conductor de trenes que interpreta Chinatsu Wakatsuki, relevado de su cargo tras afirmar que ha visto a un fantasma en las vías, y que no tardará en ayudar a la protagonista) para desembocar en un clímax final cogido por los pelos. La segunda viene de Corea del Sur y la firma el director de la primera y más descarada explotación comercial de The ring (La señal) –precisamente titulada The ring virus (1999)–, y es la surrealista historia de una venganza sobrenatural que no tiene el menor interés porque su desenlace se ve a venir a los diez minutos de metraje (y el filme se alarga, de manera desquiciante y desquiciada, hasta prácticamente las dos horas). Establecidos los parámetros dentro de los cuáles se va a desarrollar la trama –el tren del título, implicado quince años atrás en un terrible accidente en el que falleció el padre de la azafata protagonista, parece estar dotado de vida propia, poblado por los fantasmas de todos los que fallecieron en el trágico suceso–, la trama juega la carta de la confusión y la mezcla espacio-temporal como un fin en sí mismo más que como un medio y prescinde por el camino de los estándares mínimos de coherencia y rigor. La falta de recursos de producción –el tren en casi ningún momento parece estar en movimiento– y la sucesión de sustos chapuceros que se yuxtaponen sin orden ni concierto a lo largo de la trama sitúan los resultados finales muy cerca del terreno de la parodia involuntaria, o lo que para el caso es lo mismo, de la tomadura de pelo.

Sálvese quien pueda: Ataru Oikawa
La carrera de Ataru Oikawa es verdaderamente sorprendente: responsable a finales de los años noventa del siglo XX del título fundacional de una de las series terroríficas de más éxito en Japón, Tomie (1999), basada en el manga homónimo de Junji Ito y objeto ni más ni menos que de siete continuaciones (los ocho filmes permanecen escrupulosamente inéditos en nuestro país, aunque el Profesor nos confesó en privado que vio una vez el primero y no se enteró de casi nada), su filmografía tocó fondo poco tiempo después con uno de los pyscho-thrillers mas bochornosos que se recuerdan, Tokyo psycho, este sí editado en España pese a estar rodado en vídeo y con un equipo técnico que en el más optimista de los casos llegaba a las diez personas. El filme, con perdón, relata el acoso que sufre una joven diseñadora (Sachiko Koboku) por parte de un antiguo pretendiente del instituto, desequilibrado mental, que sólo piensa en casarse con ella. Y ya está: Oikawa rellena ochenta interminables minutos sólo con la persecución y posterior secuestro de la pobre protagonista; el tarado de turno, mientras tanto, no tiene nada mejor que hacer para llamar la atención su amada que ir asesinando groseramente a sus amigos o, en la escena más inenarrable de todas, llenarse la boca de gusanos sin que venga a cuento de nada. Apartamento 1303, la última de sus películas que ha llegado hasta nosotros, es ligeramente superior (seamos justos: era virtualmente imposible que fuera tan mala como Tokyo psycho), pero no es sino otra estéril copia / derivación / variación de The ring (La señal). Oikawa plagia, de manera descarada pero mal, planos y escenas de este filme y también de Dark water para intentar narrar la historia de un apartamento maldito en el que tiempo atrás una niña asesinó a su madre alcohólica, viviendo durante seis meses con su cuerpo en descomposición escondido en un armario. Apartamento 1303 carece de progresión dramática propiamente dicha (igual que en otra de las más exitosas cintas de terror japonés, La maldición, no parece existir ninguna posibilidad de combatir el mal), pero también de atmósfera: ejemplarmente mal construida, la trama acumula sustos varios, apariciones fantasmales y muertes violentas (las víctimas de la “maldición” del apartamento mueren al lanzarse desde el balcón, de trece pisos de altura) sin el menor orden hasta un desenlace que, como ocurre casi siempre en los peores casos, es lo de menos porque a nadie le importa.


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