publicado el 10 de julio de 2009
En plena época de sofritos cinematográficos calamitosos, secuelas desnaturalizadas, sagas comatosas y comedias sonrojantes parece que lo único que reúne garantías de oficio, contundencia y cierta actividad sísmica para el espectador abonado al terror es apostar por alguno de los tantos remakes de clásicos de culto, más o menos afortunados, de la décadas de 1970 /80 que llegan a nuestra cartelera.
Lluís Rueda | Si bien el cine de horror estadounidense de aquellas décadas, con realizadores como Wes Craven, Tobe Hopper o George A. Romero a la cabeza, ha pasado a los anales del fantástico como un conjunto de arrogantes y contraculturales productos post-Vietnam, no cabe duda que estos filmes –entiendan que procuro una generalización que podría ser muy matizable- resultan interesantes y de enorme calado más por lo que de ellos se reivindica en la actualidad que por lo que han significado en los últimos veinte años: la década de 1980, a priori más esperanzadora en lo socialpolítico, varió sus gustos hacia el grandguingol y las horror movies se erigieron en autoreferenciales ejercicios de estilo (sagas como Candyman, Viernes 13 o Pesadilla en Elm Street son ejemplos). Por otro lado, la década de 1990 resultó una etapa de transición, de impersonal y eternizante transición pero con algunas propuestas de mérito como Henry: Retrato de un asesino o El silencio de los corderos (podríamos citar más).
A rebufo de cierta mítica gótico-sureña que hemos recogido en diferentes estudios como el dedicado a al filme de Curtis Harrinton Impulso Criminal, hemos podido rastrear la mitología de una América post-Kennedy que habla de la pérdida de la inocencia de la nación, si bien ese aspecto era harto reconocible en el filme original de Wes Craven en el nuevo filme de Illavis se debe leer aún más entre líneas. Los setenta repoblaron las pantallas de melancólicos mutantes, coleccionistas de humanos, familias de psicópatas y lo más florido de una white trash que estaba condenada a vivir en los márgenes de un ideal teniendo al abasto la libertad de unos códigos añejos y salvajes, pero cabe preguntarse si esos miedos, si esos terrores, són aún vigentes: a mi entender, completamente, y esa razón justifica la fiebre por recuperar estas manidas historias de psicópatas y familias gravemente desestructuradas. Entre el caso JFK y el 11M no han cambiado excesivas cosas en la mentalidad del estadounidense medio: para el ciudadano medio el mundo que transita sigue en un embrionario estado de necrosis.
Pero todo ese material, sorprendente y provocador, estridente y fantasmagórico, poseedor de un estilo cinematográfico agresivo y casi experimental para ser admitido por las nuevas generaciones de espectadores precisaba de un lifting. A mi entender, dos jóvenes realizadores han realizado, en ese sentido, el mejor trabajo posible para llevar a las grandes pantallas remakes plenamente vigentes en pleno siglo XXI de correosos productos serie B de marcada personalidad; sus nombres son Alexandre Aja, hacedor de la nueva y definitiva versión de Las colinas tienen ojos (Parte 1, se entiende) y Rob Zombie, responsable de un filme como Los renegados del diablo, que sin ser exactamente un remake parece una revisión bastarda y virulenta de lo más florido del cine Z y B de horror de los sesenta y setenta. Quizá cabría también añadir a Marcus Nispel con La Matanza de Texas (2004), no así con su remake desnaturalizado de Viernes 13 (2008), con dos asesinatos de meritoria puesta en escena y un sinfín de humor garbancero con tufillo a Porky´s (1981) –el film teennager más desacomplejado y dudoso de la historia, cortesía del maestro Bob Clark.
Ahora nos llega, casi de puntillas, un ‘nuevo’ ejercicio de estilo de la mano de Dennis Iliavis (Hardcore). Un remake de La última casa a la izquierda, una medianía de culto del director Wes Craven que para la ocasión se ve gratamente dignificada, felizmente orquestada y con ese prurito de excelencia que otorga el cine valiente de los que siguen la inercia de los antes citados Zombie y Aja. Esta nueva versión de La última casa a la izquierda resulta apreciable por su crudeza y por el ahínco de su pulso in cresccendo y eso es algo a subrayar, pero tampoco cabe llevarse a engaños. Dennis Iliavis en ningún momento reinventa el género, no aporta ideas nuevas y ni tan siquiera domina la puesta en escena con la solvencia de, pongamos, el Bryan Bertino de Los Extraños (2008), su producto deambula peligrosamente entre el thriller moral de Perros de Paja (1970) de Sam Peckimpah y la testosterona cinéfaga de Halloween (1978) sin acabar de plasmar una idea apabullante en su puesta en escena y sin apuntalar una obra que pudo haber sido mucho más personal. Reitero, el filme es digno de resaltar por su arrojo en cuanto al visceral tratamiento de una historia de venganza y crueldad y en esa línea nos arroja una luz poderosa en su primer tramo: cómo cuando se nos muestra esa escena de violación condensando la mirada en el rostro de la víctima, un planteamiento valiente y que nos recuerda al John Boorman del poderoso survival film Deliverance (1972).
Filme irregular por su escasa originalidad y su riesgo comedido, pero conciso en su postura a la hora de abogar por el horror desacomplejado y vitriólico. De la densidad moral de su propuesta me declaro firmemente partidario y en ese sentido no puedo más que recomendarles esta versión sobredimensionada y nítida de la ya muy rugosa y acortanada Las colinas tienen ojos del discutible Wes Craven. El baremo que les posiciona a inclinarse por una u por otra versión lo dejo a la experiencia de sus sabias retinas.
El veto está abierto, pronto llegarán los remakes de Largo fin de semana –cuyo original tratamos en este nueva entrega de Judex- o la segunda entrega de la particular visión sobre Halloween del gran Rob Zombie, así que el fenómeno parece tener cuerda para rato: esperemos que los nuevos talentos que surjan estén a la altura de los viejos maestros que les dan de comer. Para gente como Wes Craven o John Carpenter parece que vendiendo derechos y viviendo de rentas el mundo es un poco menos horroroso.